Aquí una ilustraciones que realizó una amiga de Mangakas Unidos de la Historia "De tripas Corazón" Disfrutenlas!
Saludos.
Bienvenidos a mi Blog, revísen, ojéen y comenten, mis letras se alimentan de sus comentarios.
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lunes, 15 de octubre de 2012
lunes, 8 de octubre de 2012
De tripas Corazón
Aquí un pequeño trabajo que realicé hace tiempo
De tripas corazón
La he postulado a dos torneos y le ha hido muy bien. En el primero no ganó, pero obtuvo el mérito a una de las historias más características del género.
En el segundo torneo (un foro diferente), ganó el primer lugar entre una serie de excelentes textos. Espero que les agrade, es de parte de su servidor ^^
Capítulo I
El encargo
La noche anterior había recibido una llamada
desde Londres, Wandsworth. Era un nuevo trabajo. Mientras el taxista conducía
yo leía el periódico desde el asiento trasero. No eran más de las ocho de la
mañana. 07 de septiembre de 1932.
Los titulares llamaron mi atención. “Asesino
ataca nuevamente. Asesinado militar retirado”
Antes de poder leerla realmente había llegado a
mi destino. Así que bajé y caminé hacia el pequeño establecimiento llamado “Las
cuerdas de Olson”. Al abrir la puerta sonó la campanilla que estaba detrás.
–Bienvenido, ¿puedo ayudarle en
algo? –me dijo un joven detrás del mostrador con las manos llenas de mugre que
restregaba contra un harapo.
Era una tienda solitaria. Ningún cliente, sólo
aquel sujeto de boina gris y el montón de instrumentos colgados por todas
partes.
−Eh… el señor… ¿Olson?
−Oh, el jefe, debe estar ocupado
como siempre, arreglando el viejo piano.
−Soy el señor Johnson, él espera mi
visita…
−¿Quién llegó, Jimmy? –escuché la
voz bajar por la escaleras.
−Un sujeto con cola de caballo, dice
que usted lo espera.
Me ofendí un poco por la crítica animalesca a
mi preciada cabellera y justo después se asomó él a la mitad de las escaleras.
Un viejo no mayor de 60 años, sonriente por mi visita.
−Usted debe ser el señor Johnson.
−Sí, ese soy yo –respondí.
−Venga, por favor, suba a mis
aposentos.
Parecía un viejo amable y bastante peculiar.
Algo obeso, lo que le impedía subir las escaleras con rapidez. Cabello blanco
corto y piel blanca sudada, parecía estar haciendo mecánica.
Me aventuré por las escaleras hasta el primer
piso. Allí estaba todo bastante desordenado. Había muchos objetos extraños para
mí y suponía que eran familiares para él. Estaba trabajando con su piano a tapa
abierta. Tenía varios ganchos y alicates dentro de la caja de resonancia del
instrumento y varios trapos sucios alrededor.
−Es un placer señor Johnson,
bienvenido a mi oficina –señaló el desorden con ambas manos-. Pase adelante,
siéntese.
Yo me aproximé a todo con cautela y una sonrisa
correspondida a su bienvenida. Me quité el sombrero como gesto de respeto a su negocio,
me senté sobre una silla cerca del monstruo de madera y él continuó hurgando la
pianola con ambas manos y la cabeza metida en ella.
−En la llamada le dije que era un
asunto urgente, y lo es –hizo una pausa-. Hace cinco días asesinaron a mi hija
en ésta misma tienda, señor Johnson.
−Oh, qué pena, le doy mis
condolencias –le dije realmente apenado. En cambio él estaba tan ocupado que no
pude notar desanimo en su voz.
−No se preocupe, estoy bien, soy
alguien fuerte a pesar de mi edad. Creo que la vida continúa y así debe ser.
Por ejemplo: hace seis meses decidí cambiarle las cuerdas a este piano y la
verdad tenía que hacerlo, si no lo hacía no podría tocar. Así digo que en la
vida no podré seguir viviendo lo poco que me queda libremente si comienzo a
lamentarme.
−Excelente filosofía.
−Eso mismo digo yo –sonrió
deteniendo su trabajo-. Créame señor Johnson, si no fuera por lo débil que es
mi cuerpo ahora mismo no estaría contratándolo.
Tomó aire como si hubiera corrido por horas.
−Me dijeron que era el mejor… -me alagó.
−No sé si sea el mejor, pero lo
intento.
−Esa es la actitud que me interesa,
señor Johnson. Le pagaré mucho dinero para que siga con esa actitud hasta que
encuentre al asesino de mi hija.
−Así será –confirmé con toda
seguridad.
−Sobre la repisa hay una carpeta,
tómela, allí están todos los datos que necesita para empezar.
Tomé la carpeta sin bacilar y descubrí que
tenía muy buenos datos. Fotografías de la escena, datos de la víctima, reportes
policiacos, entre otras cosas.
−Bien, supongo que puede empezar hoy
mismo. Puede llamarme cuando quiera a preguntarme lo que quiera, estaré
disponible para usted a cualquier hora señor Johnson.
−Muy bien, entonces comenzaré la
investigación.
−Excelente, lo acompaño hasta la
salida.
Se apresuró lo más que pudo a bajar por las
escaleras y justo entonces noté algo que me congeló. Una botella de Charléis
Stuart, uno de mis placeres más carnales.
−¿Le interesa? –me preguntó al verme
balbucear.
−Eh, no, qué pena, es suya.
−Fue un regalo de una sobrina, la
verdad no soy amante de los licores, si quiere pude llevársela, acéptelo como
un regalo de mi parte.
Yo no pude resistirme a tomarla y sonreír. Como
dije antes, era uno de mis vicios más oscuros. El problema era lo difícil que
era conseguir una botella de aquel licor.
−Muchas gracias señor Olson, esto me
anima mucho más a terminar su caso efectivamente.
−Eso me alegra muchacho, eso me
alegra. Le tendré otra para cuando resuelva el caso.
Me saludó con un apretón de manos y pude irme
finalmente hacia mi nuevo destino.
Capítulo II
El primer sospechoso
Al llegar a mi nueva residencia, un apartamento
rentado al oeste de la ciudad, comencé a inspeccionar la evidencia. Vacié la
carpeta sobre una mesa y me serví de aquella delicia de los dioses.
Jennifer, una chica de diecinueve años bastante
normal. Señorita, con pretendientes por doquier y una buena vida gracias a las
enseñanzas musicales de su padre.
La mañana del 02 de Septiembre alguien irrumpió
en la tienda, forzando la entrada y asesinándola en el primer piso. Su padre
estaba en una presentación desde una hora antes y al volver, encontró el cuerpo.
Pudieron confirmarse testigos que lo vieron tocar en un desayuno privado al
norte de Merton. Estaba abierto el abdomen quirúrgicamente, el asesino le sacó
los intestinos sin razón aparente. Estos no se hallaron en la escena.
Tras montar una línea de investigación en la
pared de mi hogar, lo primero que hice fue buscar registros en los periódicos
de la ciudad que indicaran asesinatos con un patrón aparente. Pero sólo me bastó
encontrar el que había comprado esa mañana para darme cuenta de que había una
ola de asesinatos en la ciudad.
Después de ir un par de veces a la hemeroteca y
otras fuentes, encontré diversos asesinatos. Eran 27 en total, contando el del
06 de Septiembre, un día antes de mi llegada.
Julio de ese año: Un hombre es hallado sin
intestinos en su casa al norte de la ciudad. Era soltero, solía frecuentar un
bar y conocía muchas chicas. Tenía aproximadamente tres amantes y le gustaba la
vida fácil.
Dos días después es asesinada una dama de
treinta y cinco en su residencia en Croydon. Mismo modo operandi. La razón es
desconocida, sólo era un ama de casa dedicada a sus siete hijos.
Dos meses más tarde se acumularon los
asesinatos por toda la ciudad, y tras revisar todo, me di cuenta de algo
impresionante. Existía un patrón.
Cada doce personas volvía suceder el mismo
hecho con otra persona de la misma clase.
El primer caballero asesinado era un sujeto
lleno de mujeres y lujuria. El asesinato número 12 también se trataba de un
sujeto similar. Vidas diferentes, pero con las mismas características en
específico. Lo mismo sucedió con la dama asesinada días después. Era una ama de
casa de dedicada a sus hijos, justo como la número trece.
A partir de eso pude establecer una combinación
de números. Así conocería qué tipo de persona sería la próxima víctima, y
quizás, el motivo.
Para el finalizar del día ya tenía una nota
organizada y una pared llena de fotografías. 27 personas fallecidas… era un
asesino en serie lo que tenía en mis manos.
“Orden - Tipo de personalidad
1- Lujurioso, bebedor y apostador.
2- Ama de casa con hijos pequeños
3- Ex político
4- Sordo mudo
5- Millonarios o empresarios
6- Indigente con nivel de pobreza
extrema
7- Menores de cinco años
8- Vírgenes de no más de 19 años
(Hija de mi cliente)
9- Personas solitarias y poco
conversadoras (Última víctima: Militar retirado)
10- Trabajadores dedicados
(Siguiente víctima)
11- Esposos o esposas fieles
12- Ancianos venerados por la
sociedad”
Organicé todo pensando cuál sería la próxima víctima.
Entonces me encontré con que el ex militar asesinado el 06 de Septiembre. Era
un hombre solitario y poco conversador; justo como mi factor número 9.
La víctima estaba desayunando en casa cuando
fue interceptado por el asesino silencioso.
Como siempre, no había testigos. La puerta fue
forzada con una herramienta desconocida, y eso, tenía a la policía hecha un
caos.
Al principio ellos pensaban tener sospechosos,
pero luego de unos meses, descubrieron que no tenían nada.
Todo eso hasta que hallaron intestinos en la
basura del apartamento de un sujeto llamado Arnold Blass, al norte de Haringey.
El hecho sucedió el 04 de Septiembre y estaban a punto de enjuiciarlo para
aquel día de mi llegada, pero con este nuevo asesinato al militar se ponía en
duda que Arnold fuera el criminal. Quizás tuviera algo que aportar a mi
investigación, así que tendría que darle una visita.
Los asesinatos eran cada dos o tres días, así
que tendría algo de tiempo para encontrarlo antes de que atacara otra vez. La
próxima víctima sería algún trabajador dedicado.
−¿Señor Arnold? –le pregunté al verlo sentado
sobre la mesa, esposado y vigilado por dos guardias varios pasos detrás de él.
No me respondió. Ni siquiera se inmutó al verme
entrar. Era un hombre fornido de unos 45 años con barba de varios días y sin
cabello.
Suspiré, sabía que no sería fácil sacarle una
cucharada de nombres, así qué tendría improvisar. Me quité el sombrero y lo
miré desde la puerta.
−¿Recibió la noticia? –lo interrogué-.
Un nuevo asesinato −solté la prensa sobre la mesa.
Noté que pudo leer los titulares: “Asesino
ataca nuevamente. Asesinado militar retirado”
No respondió, al contrario, se quedó más
callado que antes. Dejé el maletín en el suelo y tras acercarme, soné mis manos
contra la mesa, atrayendo la atención repentina de los oficiales.
−Dime la verdad, Arnold ¿has sido
tú? ¿O intentas encubrir a alguien? –seguía sin mirarme-. No… eso sería
demasiado estúpido. No valdría la pena arriesgarte a la pena de muerte por otra
persona… ¿quién es? Vamos, suéltalo… ¿acaso un político? ¿Alguien con dinero?
¿Poder?
Subió la mirada hasta mis ojos. Finalmente
tenía su atención.
−Sé que hay algo más aquí que no has
querido decir y créeme que tendrás que hacerlo o la multitud de familiares te
sepultarán como causante de todo… están buscando un culpable Arnold y si estás
en su camino no dudarán en colgarte mañana a primera hora.
−¿Quién eres? –soltó una voz grave.
Yo suspiré y tomé asiento antes de responder.
−Fui contratado para encontrar al
verdadero culpable…
−¿Detective privado? Pensé que eras
policía –me interrumpió.
−Desde hace un tiempo que ya no
trabajo de ese bando.
Me miró de frente y con voz grave intentó
intimidarme.
−Si me estás mintiendo te juro que…
−No tienes más opción que creerlo...
Repentinamente la puerta se abrió. Justo cuando
estaba a punto de sacarle la embuchada fui interrumpido por ellos… los malditos
cascos negros.
−¿Quién autorizó esta entrevista?
–Me preguntó vestido con abrigo negro y sombrero pequeño-. ¿Quién es usted?
Me retiré de la mesa y volteando el dije:
−Sólo un detective privado
intentando hacer su trabajo.
−¿Qué? ¿Quién lo dejó entrar?
−Y ¿quién es usted?
−Soy el jefe de policía de Londres,
sargento Margot −me mostró la monumental y despampanante placa-. Sáquenlo de
aquí.
−Tranquilos, ya me voy −levanté las
manos en son de paz.
Tomé mi maletín y salí pensando cómo volver a
encontrarme con el sospechoso otra vez, ya que en esta ocasión estaba seguro de
que tenía algo que decirme a mí que no quería decirle a la policía.
Capítulo III
Muerto siete veces por
una mirada
Tras salir de allí, fui a la biblioteca. Revisé
varios periódicos de hacía varios años. Descubrí quién era el sargento Margot.
Gran maestre de las artes detectivescas,
excelentes referencias de muchos lugares interesantes. Había resuelto alrededor
de cincuenta y siete casos en toda su vida y entre ellos el famoso Billy Grow.
Un joven violador de las calles de Londres hacía varios años. Margot era hijo
del gran detective Ben Jefferson, uno de los grandes de la estación de policía.
Tan grande que hasta un monumento tenía en el centro de la estación. Lo sé
porque lo vi con mis propios ojos, esa tarde, tras tener en mis manos tanta
información de él que su madre comenzaría a dudar si era su hijo o no.
Después de hacer unas preguntas por varios
lugares cercanos, volví a mi residencia.
Como cada vez que tenía un caso, me encerré en
mí mismo intentando meditar qué clase de psicópata podría ser el asesino del
caso.
Lo primero que pasó por mi mente fueron los
intestinos. ¿Qué clase de procedimiento requeriría intestinos humanos?, y ¿por
qué tantos? Estaba intentando pensar como un asesino y gracias a tres minutos
de meditación pensé encontrar una pista: las morgues.
Visité la Sala Negra, en una esquina al norte
de Haringey. Tras veinte minutos y treinta peniques de soborno, finalmente
convencía al encargado de dejarme ver varios cuerpos. Puse un nombre falso en
la libreta de asistencia y pasé a verlos.
Al principio no había nada “anormal” en ellos.
Pensé que quizás algunas muertes habían podido ser causadas por el asesino
misterioso pero no parecía ser así. En una de las morgues más populares de la
ciudad no había absolutamente nada sospechoso… hasta que vi bien en sus
laterales. Al principio no pensé que faltara nada, pero tras varios vistazos a
siete de los diez cadáveres que me mostraron, noté que tenían una ligera y
sutil cortada a un costado de sus caderas. Llegué a pensar que todas esas
personas habían sido asesinadas por el criminal, pero después de que me echaran
y se armara un escándalo en el sitio porque les habían sacado los intestinos a
los clientes, me di cuenta de que lo hicieron después de estar muertas. Alguien
estaba robando intestinos a los muertos y a los vivos con algún motivo, pero…
¿cuál?
¿Quién podía estar haciéndolo? Podía ser
cualquier doctor de muertos en las morgues y con tantos cuerpos, podía ser
mucha gente.
Cada vez estaba más encerrado.
Volví a casa pensando qué clase de
procedimiento requeriría intestinos para completarse. Había escuchado que las
mortadelas se hacían con intestinos, ni pensar que esa delicia acompañada de
unas hojuelas de pan estaban hechas de intestinos. Imaginándome a un carnicero desquiciado,
planteé la posibilidad del canibalismo. Alguien a quién le agrada comer
mortadelas humanas.
Me incorporé, tomé mi abrigo y me marché tras
cerrar la puerta.
Dos horas después estaba sirviendo el almuerzo
en la correccional Vivocuviche. Como siempre, era cien billetes más pobre, pero
cuando tuve a Arnold frente a mí, supe que había valido la pena.
Había una enorme fila de hombres fornidos y
hambrientos esperando a que yo sirviera, pero los hice esperar.
─¡¿Qué hace aquí?! ─me protestó.
─Estoy dispuesto a cualquier cosa
por esa información.
─¿Está loco? Podrían verte los
policías...
─No me interesan los policías, me
interesa la verdad.
Suspiró y miró a su alrededor. El sujeto detrás
de él comenzaba a impacientarse, con el entrecejo fruncido y de brazos
cruzados.
─No tienes idea de lo peligrosa que es ésta gente ─comenzó a desembuchar.
─Dime, ¿quién puso esos intestinos
en tu basura?
─Un día me llegó esa carta y no pude
negarme. Tenía que hacerlo, sino me matarían. Dejé los intestinos allí y no
vinieron por ellos, sólo el policía al día siguiente.
─Vamos despacio, ¿quién puso los
intestinos en el bote?
─Yo lo hice –dijo finalmente-. Se
supone que alguien pasaría a buscarlos y yo no tendría nada que ver.
─¿Quién era? ¿De qué carta me
hablas?
Estaba claramente presionado. Era obvio que los
presidiarios detrás de él lo ponían nervioso.
─Vaya a mi casa, revise bajo la
cama, allí está la prueba de todo, pero no hable con la policía, ellos están en
esto ─se alejó de la línea del comedor sin decir más.
El sujeto detrás de Arnold prácticamente me
asesino siete veces con la mirada y yo sin chistar, le negué el postre.
La noche calló en mi segundo día en Londres, y
para entonces, ya había visitado la biblioteca, una tienda de música, la hemeroteca,
la morgue, la prisión y la cafetería de la prisión. Me sentía todo un turista...
y como si fuera poco, me tocaba visitar (de manera ilícita) la casa de un
sospechoso de asesinato.
Pasé por debajo del listón de seguridad. La
policía había desordenado todo, no me habría sorprendido sí no hubiese
encontrado nada en esa casa. Pero por suerte, el pobre Arnold había hecho un
acto más allá de la inteligencia de cualquier uniformado: Un piso triple debajo
de su cama. Era una de esas trampillas de adolescentes, donde guardan las
fotografías de actrices y sus secretos más íntimos. Cualquiera que la hubiera
visto sabría que allí había algo. Pero en fin, el acto más inteligente de Arnold
fue crear una trampa debajo de la trampa, quizás no era la mejor opción, pero
había funcionado, las pruebas habían sobrevivido a las garras de Margot.
“Tienes
siete días para sacarle los intestinos a trece personas en la Moruge de la
calle 22. Sé que trabajas allí, conozco a tu familia, a tu esposa y a tu
pequeño hijo. No intentes hablar con la policía, ahí también tengo gente.
Sé que tienes conocimientos
quirúrgicos y por eso quiero que los saques a cada persona que indicaré en la
siguiente lista de una forma muy sutil, nadie tiene que darse cuenta, o te
mataré y te quitaré los tuyos a cambio.
Las personas que
vaciarás serán las siguientes:…”
Marcó una lista detallada de personas en la
morgue.
“…las instrucciones
son poner los intestinos en grupos de tres, marcados con nombres y apellidos en
una bolsa, en frente de tu casa, donde siempre pones la basura. Una vez que lo
hagas, entra, si llego a sospechar que estás cerca para cuando los recoja, a
las 7:33 pm de cada día, te mataré.
No intentes hacer nada
ni avisar a nadie. Has lo que te digo, si cumples con la tarea sin problemas, no
volveré a contactarme contigo.
No es nada personal,
sólo tengo un sol que
despertar
y tú me vas a ayudar,
o si no te tendré que
matar.
Jm”
Estaba escrita en máquina de cinta, y muy
probablemente no tendría huellas además de las de Arnold.
Ése último poema (mal redactado por cierto) me
dio una idea del tipo de persona que era el asesino. Alguien que es capaz de
bromear con la vida de mucha gente antes de jugar con ellas.
Estaba algo sorprendido, no me había enterado
de que Arnold solía trabajar en la morgue de la calle 22. Un detalle que pasé
por alto. Nada es perfecto.
Volví a casa con las pruebas en mano, me serví
el último trago que me quedaba de Charléis Stuart y me sumergí en las
deliciosas pero turbulentas aguas de la meditación.
Estaba servido. Ya tenía suficientes cabos para
resolver el asunto, pero, ¿cómo unirlos?
Ya me parecía bastante raro que Arnold no
hubiera prendido fuego a esa carta, aunque no lo culpo, siendo la única prueba
de su inocencia creo que, al contrario, fue muy inteligente.
Quizás mi asesino tuviera acceso a mucha gente.
Era obvio para mí que el asesino había enviado esa carta con la intención de
conseguir intestinos gratis y además, inculpar a alguien en el momento preciso,
como era el caso del pobre pero enjuiciado Arnold.
El hecho de que le pidiera 13 intestinos nada
más, indicaba que no todos los trabajos los realizó Arnold, de seguro había más
personas atemorizadas por las maliciosas cartas, y además estarían regadas en
muchas morgues de la ciudad.
Pero, ¿por qué no recoger los intestinos del
basurero ese día?
Arnold mencionó que él los puso allí y nadie
vino por ellos, sólo un policía al día siguiente. Eso indicaba que alguien le
avisó al policía acerca de ello y en ese caso, el policía también era cómplice,
ya que no se habían señalado en ningún informe policiaco la presencia de ninguna
llamada anónima.
Entonces era cierto, la policía tenía que ver,
o al menos alguno entre ellos. Mi primer sospechoso era el comisario Margot, ya
que siendo un alto mandó sería muy fácil recibir llamadas sin que le hicieran
preguntas.
Aunque no estaba del todo convencido. Pero
tenía otra pista: los empleados de la morgue.
Sí había más personas amenazadas, de seguro
alguno de ellos tendría que haber visto quién puso la carta en su buzón o quién
recogió los intestinos, sólo era cuestión de preguntar.
Estaba evocado a la tarea. Tomé mi vieja placa
del SS y me puse en ello. Vestido con mi chaqueta negra favorita y con mis
botas de cuero, sería más fácil creerme eso de que no soy detective ni policía.
Capítulo IV
De tripas corazón
Fui hasta la morgue al norte de Haringey
nuevamente, ésta vez, pedí que todos los empleados se presentaran ante mí y el
jefe de muertos no paraba de hacerme preguntas:
─¿Servicio Secreto? ¿Qué tiene que
hacer en una morgue?
─Esto es un asunto oficial, no puedo
revelar detalles. Lo importante es que estén todos presentes, hay algo que
aclarar.
No podía decirles nada respecto al caso, alguno
podría soltar la lengua y despellejar el caso con la prensa.
Todos los empleados, incluyendo los de
mantenimiento, estaban frente a mí.
Con mi mayor tono y pose policiaca les dije:
─Antes que nada, yo no soy policía,
soy un agente de la SS, así que sus vidas no correrán peligro ya que la policía
no tiene nada que ver conmigo. Hace algunos días vine al establecimiento y
descubrí que les habían robado los intestinos a varios de los muertos. La
pregunta es ¿quién lo hizo? No os pediré que me respondan ahora, ni revelaré
sus identidades, ya que estoy seguro de que sus vidas están en riesgo. Sé
acerca de las cartas y no puedo protegerlos ni a ustedes ni a sus familias. Así
que os entregaré mi tarjeta a todos y el que quiera decir algo, sólo debe
llamarme. Estoy seguro de que de ser encontrado al culpable intelectual, podré
librar a los amenazados.
Suspiré profundo, sabiendo que ya las caras de
algunos eran prometedoras.
Les entregué las tarjetas y salí de allí con la
frente en alto.
Ahora sólo quedaba esperar la llamada.
Sabía que los horarios de salida eran a las 8
pm, así que debía esperar paciente.
Justo a las 8:27 estaba sonando el teléfono,
atendí y antes de poder decir “hola”, me estaban soltando el cuento:
─Es un hombre delgado, alto y usa boina
gris, usted entenderá… ─colgó sin chistar.
Su apresurada llamada me hizo pensar que
posiblemente era cierto, esa desesperada mujer estaba confiando en mi criterio.
Cerré los ojos e intenté pensar quién entre mis
sospechosos cumplía con las características, entonces lo descubrí.
─Jimmy...
Tenía el patrón perfecto y cumplía con las
características de la carta y las fisiologías del asesino. Muy bien las
iniciales “Jm” en la carta podrían significar un nombre y no las iniciales de
un nombre y un apellido: Jimmy. Pero ¿por qué?
Era imposible averiguar si él tenía alguna
conexión con las mortadelas de intestinos... y más importante, ¿por qué asesinó
a la hija del jefe teniéndola tan cerca de su lugar de trabajo?
Las dudas me arrojaron respuestas. Era menos
probable que sospecharan de él sí pasaba las investigaciones de la policía en
una situación como la suya. ¡Lo tenía!
Había resuelto el increíble caso que tenía a la
policía delincuenciada y dando vueltas persiguiendo su cola.
Como cada vez que resolvía un caso, saqué el
puro de la mochila y comencé a fumarlo mientras hacia mi informe.
Estaba satisfecho, aunque no feliz, ya que el
hombre que me contrató tenía al asesino en su propio negocio. Era casi la
madrugada, así que la tienda debía estar cerrada, el escenario perfecto para
revelarle todo a Olson.
Llamé a mi cliente insistiéndole que debíamos
reunirnos en la tienda a las once en punto.
Él estaba durmiendo en casa, pero afirmó que
podía hacerlo.
Su casa estaba lejos de la tienda, así que yo
llegaría primero.
Tomé mi maletín y mi abrigo, saliendo disparado
de la casa antes de poder cerrar la puerta con seguro.
A esa hora sería difícil encontrar un taxi, así
que corrí hasta la tienda.
El viejo me había dicho que existía una llave
de emergencia sobre el marco de la puerta, así que la tomé y entré al lugar.
También mencionó acerca de una botella de Charléis Stuart en el estudio que de
seguro me serviría para esperarlo.
Emocionado, subí las escaleras y encendí la
luz. Revelando el viejo piano y el desorden habitual.
Suspiré aliviado, por un momento pensé que
Jimmy aparecería de repente como en las peores películas de terror.
Revisé bajo la estantería y encontré el gran
premio: la botella de Charléis Stuart.
Me senté al lado de la pianola. Relajado por
primera vez desde que había llegado a Londres.
Ojeé dentro de la caja y noté que tenía varias
cuerdas listas para tocar. Mi madre me insistió una vez para que tocara el
piano, y gracias a eso, aprendí a tocar Fur Elise con mi mano derecha. Me animé
a intentarlo, y tras unos cuántos intentos, lo conseguí.
No sé si eran cosas mías o el sonido de aquel
viejo piano era diferente. Quizás era el licor que tomaba o tal vez que las
cuerdas eran nuevas, lo cierto era que me agradaba. Su sonido era muy peculiar
y casi celestial, estaba a punto de dedicarme a la música.
El sonido era casi mágico. Estaba feliz de
haber resuelto el caso.
Dejé de hacerlo para inspeccionar los retratos
en la pared.
El viejo provenía de una enorme familia de
músicos, todos retratados al lado del viejo piano en una cadena de fotografías
que llegaba hasta su hija, Jennifer.
Me acerqué al escritorio y encontré muchos
papeles regados, entre documentos de presentaciones, hasta facturas de compras
a los mayoristas de acero para cuerdas.
Eso llamó mi atención, ¿por qué comprar acero
para cuerdas? ¿Acaso no compraba las cuerdas listas para instalarlas?
Torcí la boca sin entender.
Hasta que encontré ese diario por casualidad.
“El negro
sonido de SOL”
Decía en la portada.
Sus palabras contaban la historia de cómo los
padres de Olson se hicieron ricos y famosos por su peculiar forma de tocar el
piano. Decían que tenían un don celestial que les hacía alcanzar cualquier tono
con una perfección milimétrica.
Me imaginé al dios del piano, algo más allá de Beethoven
o Chopin.
No tenía idea de que Olson fuera tan bueno.
Me senté otra vez al lado del piano y continué
mirando aquel viejo diario.
Justo en la tapa trasera, yacía algo escrito en
tinta negra.
“Si encontraste este
diario significa que has sido seleccionado por el destino para continuar con la
tradición.
Durante toda tu
infancia he intentado alejarte de esto, pero ya a este punto no puedo evitarlo
más. Como ya sabrás, el secreto está en las cuerdas
Tu padre... Olson”
Ese mensaje me perturbó un poco. No tenía idea
de por qué todo aquel jaleo por una familia de pianistas.
Tiré el diario sobre la mesa y sin querer,
descubrí una página oculta tras la cubierta.
Era una lista, que iniciaba con el título “De tripas corazón”. Más abajo indicaba
algo más:
“Cada treinta años son
tocadas de Do a Do y con su infinita magia, otorgan el don al noslo.”
Al principio no entendí lo que significaba,
pero al ver la lista, el trago se me resbaló de las manos.
Do----> Dedicación
Do#---> Fidelidad
Re----> Respeto
Re#---> Lujuria
Mi----> Amor
Fa----> Tiranía
Fa#---> Ignorancia
Sol---> Codicia
Sol#--> Pobreza
La----> Inocencia
La#---> Pureza
Si----> Nostalgia
Había algo allí que no había visto. Por
casualidad traía en mi bolsillo la lista que diseñé acerca de las víctimas.
“Orden - Tipo de personalidad
1- Lujurioso, bebedor y apostador.
2- Ama de casa con hijos pequeños
3- Ex político
4- Sordo mudo
5- Millonarios o empresarios
6- Indigente con nivel de pobreza
extrema
7- Menores de cinco años
8- Vírgenes de no más de 19 años
(Hija de mi cliente)
9- Personas solitarias y poco
conversadoras (Última víctima: Militar retirado)
10- Trabajadores dedicados
(Siguiente víctima)
11- Esposos o esposas fieles
12- Ancianos venerados por la
sociedad”
Entonces me senté de golpe y tomé mi bolígrafo.
Estaba sudando de las ansias. Sediento de saber qué significaba, creía haber resuelto
todo por fin. Puse los números en el orden indicado y ¡lotería!
Había descubierto que las cuerdas de los pianos
se hacían con intestinos de animales.
Do----> Dedicación 10 (Siguiente víctima)
Do#---> Fidelidad 11
Re----> Respeto 12
Re#---> Lujuria 1
Mi----> Amor 2
Fa----> Tiranía 3
Fa#---> Ignorancia 4
Sol---> Codicia 5
Sol#--> Pobreza 6
La----> Inocencia 7
La#---> Pureza 8 (Hija de mi cliente)
Si----> Nostalgia 9 (Última víctima: Militar retirado)
Volteé a mirar el piano anonadado. El pulso me
temblaba y de la excitación dejé caer ambas notas al suelo.
Ahora el piano estaba borroso. Negro y
tenebroso.
De repente estaba paralizado. No podía moverme.
Volteé a ver la botella de Charléis Stuart, había una sonrisa en su reflejo.
Era el viejo, observándome morir desde las
escaleras.
Podía imaginarme como tachaba en su mente el
último muerto de su lista: “Dedicación” ese fue mi error.
Estaba muriendo lentamente, viendo pasar mi
vida frente a mis ojos. Recordando cada detalle de mi investigación.
Habían muchos muertos. En un cálculo rápido de
los intestinos, descubrí que eran un total de 75.
75 muertos, 75 cuerdas.
─Dos de tres. Bien hecho… –detrás de
él pude ver la silueta de dos hombres.
Jimmy y Margot.
Entonces descubrí que detrás de aquella frase:
“Cada
treinta años son tocadas de Do a Do y con su infinita magia, otorgan el don al
noslo”
Existía un significado
perfecto una vez que jugabas con esa última e inentendible palabra. Como el
reflejo sobre el agua:
noslO = Olson
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Espero les haya gustado. Será hasta la próxima ^^ Intentaré estar más pendiente de este blog.
viernes, 17 de agosto de 2012
Foro Mangakas Unidos
Buenas otra vez, desde hace mucho que no entro aquí. Bueno ^^ Le dejo un link de mi nuevo Foro "Mangakas Unidos" trata más que todo de Manga y Anime. Aunque hay una sección para postear historias y Dibujo entre otras cosas de interes.
Puedes crear manga y aprender de animación y diseño. También los últimos programas para dibujar en la Pc. Publicar Manga y Anime, ver tutoriales de manga y Anime, todo en el nuevo Foro Mangakas Unidos.
También tenemos una página de Facebook, pueden seguirnos:
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Un saludo amigos
Magna
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Magna
domingo, 8 de enero de 2012
Jim en el inicio
Jim en el inicio
En una plaza gris de aquellas de antaño, donde el medio día parece noche y la noche parece sombras. Una escena de tristeza pura se asoma en una banqueta.
Jim, el sujeto de 29 años con gabardina gris y cabello desarreglado observaba hacia el otro lado del la plaza. No sé sabía que observaba exactamente, pero acariciaba un libro con un pañuelo rojo en su interior, el cual tenía un título tan pequeño que no se podía apreciar.
Él está atento a todo lo que sucede allí. Sabe el número de la placa de los tres vehículos estacionados en la calle. Conoce el nombre de siete de veinte personas del lugar. Sabe cuanto dinero ha recaudado el vendedor de helados y también la cantidad aproximada de helados que le quedan en el carrito. También sabe todo acerca de la persona que observa. No puede evitar sentir pena y al mismo tiempo ira.
Pestañea lentamente y el tiempo parece detenerse a su alrededor. Los globos de un niño se le escapan de sus manos y quedan libres como el viento. Eso causa que Jim medite más, mucho más. Cada escena a treinta metros a su alrededor le causa curiosidad.
Se levanta lentamente y camina con serenidad y paciencia hacia donde su vista apunta. En el reflejo de sus ojos se ve una imagen conocida desde siempre. Y tras sacar de su gabardina su instrumento de trabajo, un estruendo con poco eco tiñe su reflejo de color rojo. Solo allí se pueden leer las palabras “Santa Biblia” en aquel libro con pañuelo.
En una plaza gris de aquellas de antaño, donde el medio día parece noche y la noche parece sombras. Una escena de tristeza pura se asoma en una banqueta.
Jim, el sujeto de 29 años con gabardina gris y cabello desarreglado observaba hacia el otro lado del la plaza. No sé sabía que observaba exactamente, pero acariciaba un libro con un pañuelo rojo en su interior, el cual tenía un título tan pequeño que no se podía apreciar.
Él está atento a todo lo que sucede allí. Sabe el número de la placa de los tres vehículos estacionados en la calle. Conoce el nombre de siete de veinte personas del lugar. Sabe cuanto dinero ha recaudado el vendedor de helados y también la cantidad aproximada de helados que le quedan en el carrito. También sabe todo acerca de la persona que observa. No puede evitar sentir pena y al mismo tiempo ira.
Pestañea lentamente y el tiempo parece detenerse a su alrededor. Los globos de un niño se le escapan de sus manos y quedan libres como el viento. Eso causa que Jim medite más, mucho más. Cada escena a treinta metros a su alrededor le causa curiosidad.
Se levanta lentamente y camina con serenidad y paciencia hacia donde su vista apunta. En el reflejo de sus ojos se ve una imagen conocida desde siempre. Y tras sacar de su gabardina su instrumento de trabajo, un estruendo con poco eco tiñe su reflejo de color rojo. Solo allí se pueden leer las palabras “Santa Biblia” en aquel libro con pañuelo.
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